28.10.2013

Mark Rothko, “un sentido de lo trágico está siempre conmigo cuando pinto”

Mark Rothko (Marcus Rothkovitz) nació en Dvinsk, Rusia, en 1903. En 1913 emigró con su familia a Estados Unidos, asentándose en Portland, Oregón. América recibió con los brazos abiertos a los Rothkowitz de Dvinsk, igual que a otros millones de judíos, pero el cabeza de familia no pudo disfrutar del sueño americano pues murió de cáncer poco después de su llegada y fue la madre Rothkovitz la que educó a los hijos y sacó adelante a la familia.

 Sugerencia musical para recordar a Rothko

Mark era el chico listo de la casa, el que iba a triunfar complaciendo a su madre… Consiguió una beca para Yale pero abandonó antes de licenciarse y se trasladó a Nueva York donde comenzó a dar sus primeros pasos en el mundo de la pintura.

Se matriculó en clases de arte y para sacar algo de dinero enseñaba a los niños en un centro comunitario judío, en sus clases decía que pintar es algo tan natural como cantar pero él mismo, cuando lo intentaba, no lo conseguía. Rothko pensaba demasiado, quizá su mente atormentada sólo podía producir pintura gruesa y oscura. De esta época son sus devaneos con el expresionismo (Las series del metro).

En cierto modo, tuvo un comienzo espectacular pues celebró su primera exposición en solitario en 1933 pero aún le separarían 20 años para llegar a su destino como pintor.

Los años pasaban y Rothko no encontraba su camino en la pintura, eran tiempos difíciles para un artista en la Nueva York de los años 30. Finalmente, el Estudio Rojo de Matisse movió algo en el interior del pintor, intentando plasmar en adelante la más pura brutalidad que había encontrado en sus libros, tragedia griega, tragedia Shakespeariana, tragedia de Nietzsche… hasta que se topó en persona con la tragedia real, la guerra.

Rothko siempre había querido dar a sus cuadros la capacidad de conmover que tienen los viejos maestros de la pintura europea, pero… ¿podría sólo con colores y formas emocionarnos como lo hizo Miguel Ángel? Así, poco a poco abandonó las referencias figurativas para ser poseído por su personal abstracción que daría origen a la pintura por la que es mundialmente conocido, sus grandes lienzos llenos de formas rectangulares de vivos colores sobre fondos monocromáticos.

De pronto, Rothko había conseguido algo totalmente original, no son sólo los colores que utiliza, es que las formas, que a primera vista parecen inmóviles, consiguen, si se observan detenidamente, hincharse y respirar convirtiéndose en cuadros que interactúan con el observador si éste se somete a una inmersión total.

A finales de los años 60, los precios de los cuadros de Rothko se habían disparado, todos los grandes museos y galerías del mundo querían una obra suya para mostrar junto a sus de Koonings, sus Klines y sus Pollocks. Rothko había conseguido llegar a lo más alto.

Pero a pesar de haber alcanzado el éxito, Rothko sufría. Su salud estaba en muy mal estado, acuciada por el alcoholismo y el  mal hábito de fumar, además su segundo matrimonio estaba a punto de fracasar. Rothko se encontraba sumido en la melancolía, volviéndose su trabajo más y más oscuro, hasta llegar a una serie de pinturas totalmente negras.

Incapaz de superar este estado anímico de suma tristeza, Rothko puso fin a su vida en el invierno de 1970. Es difícil alejarse de la sensación de que la capilla de Houston (su último trabajo) no quisiera significar su propio enterramiento en vida o que la exposición de nueve lienzos que en el mismo momento de su muerte desembarcaba en la Tate Gallery de Londres no fuera su propio mausoleo.

Imágenes vía http://www.markrothko.org y http://www.mheu.org

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