Paul Klee es un gigante del arte del siglo XX y uno de los grandes innovadores creativos de la época. Ingenioso, creativo, mágico, sus exquisitas pinturas no son fáciles de encasillar. Al mismo nivel que Matisse, Picasso y su contemporáneo Kandinsky en el Bauhaus, Klee se erige sin duda como una figura radical en el modernismo europeo, pudiendo verse su influencia en la abstracción en obras de Rothko, Miró y artistas posteriores… Y sin embargo, para un artista de esa talla, todavía hay mucho que descubrir en él.
En la Tate Modern Gallery de Londres podemos ahora redescubrir el trabajo extraordinario de Klee y verlo en una nueva luz, gracias a una excelente exposición retrospectiva que estará abierta hasta el 9 de marzo de 2014. Pinturas, dibujos y acuarelas de colecciones de todo el mundo estarán presentes y aparecerán uno junto al otro tal como el artista previó originalmente.
La religión de Klee fue el color. Lo encontramos en sus polifonías y en sus peces mágicos, pero también en sus pinturas ancestrales y en sus lienzos más fantasmagóricos. El pintor se convirtió al color en 1914, durante un viaje por el norte africano junto al pintor August Macke, que acabaría adquiriendo dimensiones míticas en su cabeza.
La exposición insiste en demostrar que el contexto histórico fue determinante en su proceso creativo. Klee pintó mientras regímenes políticos de distinto signo se encadenaban en la Europa de entreguerras, la inflación aumentaba y el antisemitismo avanzaba imparable.
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Klee sabía en qué consistía su misión. Para él, la pintura no era una evasión, sino casi un instrumento visionario. Los artistas de la época, con los surrealistas a la cabeza, tenían la misma fijación: encontrar los mundos paralelos que sospechaban que se escondían tras la llamada realidad.
Decía Paul Klee que el arte no reproduce lo visible, sino que “lo hace visible”. Decía también que “una línea es un punto que se pone a caminar”, y en ese camino continuo se dejó dos terceras partes de su vida, violinista antes que modernista, precursor de la abstracción, el surrealismo y el expresionismo, compañero silencioso de generación de Matisse y Picasso.
La exposición de la Tate Gallery arroja luz sobre dualidades en carácter de Klee. Era un talentoso músico que tocaba el violín, con frecuencia para ganarse la vida, además de ser un excelente pintor ambidiestro que pintaba y dibujaba con una mano y escribía con la otra. Este impresionante exposición también revela que, aunque hay elementos del cubismo, surrealismo y puntillismo en su trabajo, era, ante todo, un individualista difícil de clasificar en ningún compartimento estilístico estanco.
The Art Fund UK sobre la retrospectiva de Klee en la Tate Modern